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Crítica del Predilecto de los Lepidópteros - Mar del Plata -
Mar del Plata, 20 Enero 2008
Temporada teatral
Un vestido y un amor
por Adriana Derosa
El elenco teatral de El Séptimo Fuego estrenó “El predilecto de los lepidópteros”, la obra de Norberto Presta que teje su trama sobre dos historias: la de un amor inagotable y la de la proscripción, condena y fusilamiento de uno de los líderes de la revolución bolchevique.
En efecto, Nikolai Bujarim fue el predilecto de Lenin. Luego el régimen estalinista lo condenó a muerte acusándolo de una traición de la que, misteriosamente, se declaró culpable.Quizá lo más destacable de esta propuesta sea la puesta en escena imaginativa y sutil que aleja la obra del posible panfleto, y la enfrenta con un sentimiento poético de la realidad. La escritura aparece como uno de los elementos centrales y es la directora la que se ocupa de darle una presencia material a lo etéreo de la letra viva.El versátil espacio escénico utilizado en varias dimensiones permite al espectador sorprenderse a cada instante, y recibir desde lo visual un estímulo que colabora con la construcción del sentido.La mujer, siempre la mujer, funciona dramáticamente como el elemento que más hace a la recreación infinita de un mundo que se evapora. Ella, que ha transcurrido la historia, se encarga de plantear ante los presentes la necesidad de relatar lo que realmente existe: el amor. Un amor que ha hecho que sus ojos se llenen de lágrimas en la imagen del marido y del hijo. El amor en esas fotos viejas. El amor que hace que los motores del mundo sigan en pie por más que fracasen las revoluciones o que el mundo por momentos parezca no tener sentido. Una mujer desde una hamaca roja le dice al futuro que todo es posibilidad, aunque la clandestinidad haya sido su marca.
Ella en su cabezaAna es el personaje femenino del relato escenificado en fragmentos del tiempo. Es la esposa de Nikolai, una mujer que había sido educada con las prerrogativas económicas de ser la hija de otro líder de la revolución –Larin- y se había unido al amor del tímido militante comunista a los 16 años. La vida la puso a prueba, porque tras su maternidad fue detenida, apartada de su pequeño hijo, y confinada a diversos campos de detención, de los que era trasladada permanentemente para que su paradero no fuera conocido ni tampoco su condena.Su marido, con el que sólo había convivido por tres años, le había dirigido una carta antes de ser fusilado en 1937, pero Ana no la leyó sino cincuenta y cinco años después. El régimen ni siquiera le había dado ese consuelo, pero alguien se ocupó de mantener esa nota, esa escritura cargada de justificaciones que finalmente le fue entregada.Ana murió en 1998 después de haber verificado sobre el cuerpo los resultados de una historia que Nikolai no pudo ver; ella conoció los contrapesos de sus actos y el juego de engranajes que hace que el hilo se corte por lo más delgado. Ana vio el deterioro de la Unión Soviética, vio el fracaso de las pretensiones de la revolución, como antes había visto la enloquecida carrera de Stalin por ser el único líder que respiraba en el territorio soviético. Había sido el testigo silencioso de los acontecimientos y, por eso, en esta situación simulada del reencuentro con Bujarim, es un archivo vivo de lo que no fue, un fichero vacío que se niega a leer la historia desde los datos que se han negado por su propio peso. Ana ve la vida desde lo único que ha quedado en pie, pero a la vez es la bajada a tierra de lo femenino universal: la mujer anclada en la maternidad y el eje familiar que no acepta argumentaciones intelectuales que no den respuestas a lo que realmente importa. La más inmediata e innegable de las realidades.Elizabet Mola es la actriz y tiene entre sus manos un desafío durísimo, ya que su personaje es complejo y exigente. Afronta la escena con ductilidad y haciendo uso de unas condiciones físicas que la benefician: hace creíble un estereotipo de época y puede quebrarlo como un fantasma. Puede trabajar desde una dimensión vertical en el trapecio estilizado de las telas. Puede desarmarse en lágrimas y puede rejuvenecer. Es el eje de imágenes muy bellas y las sostiene. Ha crecido mucho desde “Maximiliano, diez años después”, y seguramente seguirá en ese camino: hoy debe buscar el aplomo de la experiencia, la suya y la de Ana. Juego de rolesPero en este orden, la Ana que muestra la obra de Presta es Ana real, simbolizada y condensada en una imagen, y no la representación mental que Nikolai puede haber tenido de ella. Es una mujer con las marcas que lo femenino ha dejado en su ruta. Con las dudas, con los restos de la devastación entre las manos.Nikolai es una representación: compleja construcción de Pedro Benítez que requería de su notable experiencia. Fiel a sí mismo y a las justificaciones que acabaron poniéndolo ante un pelotón de fusilamiento, él es quien ha muerto antes, y su discurso no se aloja en particular en ningún momento de la vida ni de la muerte. Le importa reconstruir su imagen delante de Ana y de su hijo. Pero convengamos que Ana es quien ha muerto anciana, ha tolerado la vida, la ha resistido heroicamente y tiene desde allí estatura suficiente para acusar de necedad a su marido y a su generación.La obra problematiza entonces fundamentalmente los conceptos de heroísmo e ideología en confrontación con la resistencia. Los parámetros que se enfrentan son los representados por un corazón que no cesó de latir por más que la adversidad se le viniera encima con las uñas afuera, que se resistió en el fragoroso empeño por la vida. Su figura es confrontada con El Predilecto, el que se dejó matar confesando un crimen que no había cometido, el que murió y la dejó sola, y que sólo le dejó una carta con la que no recompuso absolutamente nada. Un niño huérfano, una mujer encerrada: demasiado daño, dice ella, por una revolución que ya no existe. Demasiada pérdida conocer a su propio hijo 20 años después, cuando el régimen por fin se lo permitió. Más le hubiera valido al líder negarse a la historia, negarse al devenir de acontecimientos que amenazaban con hacerlo quedar ante las generaciones futuras como un antirrevolucionario, negarse a todo. Porque el amor así lo hubiera justificado. Eso dice Ana. Le dice que fue un necio.Por eso en el eternamente rojo de la escena, Ana es la mariposa, la que ha podido cambiar de piel, la que desde el capullo del encierro se convierte en mariposa en una resistencia eterna ante la muerte. Nikolai -dice la obra- fue mariposa que se convirtió en oruga: no tuvo la capacidad de regenerar la piel.Ana es el rojo, un eterno corazón que no cesó de latir, la representación de un amor que no se terminaría con ninguna cortina de hierro, con ninguna celda en Siberia. El corazón rojo de una mujer de blanco. Mariposa.
Temporada teatral
Un vestido y un amor
por Adriana Derosa
El elenco teatral de El Séptimo Fuego estrenó “El predilecto de los lepidópteros”, la obra de Norberto Presta que teje su trama sobre dos historias: la de un amor inagotable y la de la proscripción, condena y fusilamiento de uno de los líderes de la revolución bolchevique.
En efecto, Nikolai Bujarim fue el predilecto de Lenin. Luego el régimen estalinista lo condenó a muerte acusándolo de una traición de la que, misteriosamente, se declaró culpable.Quizá lo más destacable de esta propuesta sea la puesta en escena imaginativa y sutil que aleja la obra del posible panfleto, y la enfrenta con un sentimiento poético de la realidad. La escritura aparece como uno de los elementos centrales y es la directora la que se ocupa de darle una presencia material a lo etéreo de la letra viva.El versátil espacio escénico utilizado en varias dimensiones permite al espectador sorprenderse a cada instante, y recibir desde lo visual un estímulo que colabora con la construcción del sentido.La mujer, siempre la mujer, funciona dramáticamente como el elemento que más hace a la recreación infinita de un mundo que se evapora. Ella, que ha transcurrido la historia, se encarga de plantear ante los presentes la necesidad de relatar lo que realmente existe: el amor. Un amor que ha hecho que sus ojos se llenen de lágrimas en la imagen del marido y del hijo. El amor en esas fotos viejas. El amor que hace que los motores del mundo sigan en pie por más que fracasen las revoluciones o que el mundo por momentos parezca no tener sentido. Una mujer desde una hamaca roja le dice al futuro que todo es posibilidad, aunque la clandestinidad haya sido su marca.
Ella en su cabezaAna es el personaje femenino del relato escenificado en fragmentos del tiempo. Es la esposa de Nikolai, una mujer que había sido educada con las prerrogativas económicas de ser la hija de otro líder de la revolución –Larin- y se había unido al amor del tímido militante comunista a los 16 años. La vida la puso a prueba, porque tras su maternidad fue detenida, apartada de su pequeño hijo, y confinada a diversos campos de detención, de los que era trasladada permanentemente para que su paradero no fuera conocido ni tampoco su condena.Su marido, con el que sólo había convivido por tres años, le había dirigido una carta antes de ser fusilado en 1937, pero Ana no la leyó sino cincuenta y cinco años después. El régimen ni siquiera le había dado ese consuelo, pero alguien se ocupó de mantener esa nota, esa escritura cargada de justificaciones que finalmente le fue entregada.Ana murió en 1998 después de haber verificado sobre el cuerpo los resultados de una historia que Nikolai no pudo ver; ella conoció los contrapesos de sus actos y el juego de engranajes que hace que el hilo se corte por lo más delgado. Ana vio el deterioro de la Unión Soviética, vio el fracaso de las pretensiones de la revolución, como antes había visto la enloquecida carrera de Stalin por ser el único líder que respiraba en el territorio soviético. Había sido el testigo silencioso de los acontecimientos y, por eso, en esta situación simulada del reencuentro con Bujarim, es un archivo vivo de lo que no fue, un fichero vacío que se niega a leer la historia desde los datos que se han negado por su propio peso. Ana ve la vida desde lo único que ha quedado en pie, pero a la vez es la bajada a tierra de lo femenino universal: la mujer anclada en la maternidad y el eje familiar que no acepta argumentaciones intelectuales que no den respuestas a lo que realmente importa. La más inmediata e innegable de las realidades.Elizabet Mola es la actriz y tiene entre sus manos un desafío durísimo, ya que su personaje es complejo y exigente. Afronta la escena con ductilidad y haciendo uso de unas condiciones físicas que la benefician: hace creíble un estereotipo de época y puede quebrarlo como un fantasma. Puede trabajar desde una dimensión vertical en el trapecio estilizado de las telas. Puede desarmarse en lágrimas y puede rejuvenecer. Es el eje de imágenes muy bellas y las sostiene. Ha crecido mucho desde “Maximiliano, diez años después”, y seguramente seguirá en ese camino: hoy debe buscar el aplomo de la experiencia, la suya y la de Ana. Juego de rolesPero en este orden, la Ana que muestra la obra de Presta es Ana real, simbolizada y condensada en una imagen, y no la representación mental que Nikolai puede haber tenido de ella. Es una mujer con las marcas que lo femenino ha dejado en su ruta. Con las dudas, con los restos de la devastación entre las manos.Nikolai es una representación: compleja construcción de Pedro Benítez que requería de su notable experiencia. Fiel a sí mismo y a las justificaciones que acabaron poniéndolo ante un pelotón de fusilamiento, él es quien ha muerto antes, y su discurso no se aloja en particular en ningún momento de la vida ni de la muerte. Le importa reconstruir su imagen delante de Ana y de su hijo. Pero convengamos que Ana es quien ha muerto anciana, ha tolerado la vida, la ha resistido heroicamente y tiene desde allí estatura suficiente para acusar de necedad a su marido y a su generación.La obra problematiza entonces fundamentalmente los conceptos de heroísmo e ideología en confrontación con la resistencia. Los parámetros que se enfrentan son los representados por un corazón que no cesó de latir por más que la adversidad se le viniera encima con las uñas afuera, que se resistió en el fragoroso empeño por la vida. Su figura es confrontada con El Predilecto, el que se dejó matar confesando un crimen que no había cometido, el que murió y la dejó sola, y que sólo le dejó una carta con la que no recompuso absolutamente nada. Un niño huérfano, una mujer encerrada: demasiado daño, dice ella, por una revolución que ya no existe. Demasiada pérdida conocer a su propio hijo 20 años después, cuando el régimen por fin se lo permitió. Más le hubiera valido al líder negarse a la historia, negarse al devenir de acontecimientos que amenazaban con hacerlo quedar ante las generaciones futuras como un antirrevolucionario, negarse a todo. Porque el amor así lo hubiera justificado. Eso dice Ana. Le dice que fue un necio.Por eso en el eternamente rojo de la escena, Ana es la mariposa, la que ha podido cambiar de piel, la que desde el capullo del encierro se convierte en mariposa en una resistencia eterna ante la muerte. Nikolai -dice la obra- fue mariposa que se convirtió en oruga: no tuvo la capacidad de regenerar la piel.Ana es el rojo, un eterno corazón que no cesó de latir, la representación de un amor que no se terminaría con ninguna cortina de hierro, con ninguna celda en Siberia. El corazón rojo de una mujer de blanco. Mariposa.
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2 commenti:
Estimado Norberto: lo vi representar esta obra en Neuquén y me conmovió hasta las lágrimas. Le agradezco por su creatividad y su talento, que me permitió disfrutar de una obra tan bella y tan profunda.
Volverá algún día a la Argentina?
Lara Inda
Increíble la obra, la vi en la bienal de teatro en Cuenca- Ecuador, hace un par de días. Me encanto, realmente hermoso.
Felicitaciones.
Esperamos nos visite pronto con algo más de su exquisito trabajo.
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